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Una escritura mágica, poderosa y extraordinariamente sugerente 19/09/2010Publicado en Revista Culturamas



¿Qué nos queda de nuestra naturaleza animal? ¿Es posible que recobremos nuestra esencia orgánica y mamífera? ¿Podemos recuperar una forma de comunicarnos con el resto de especie respetuosa y cómplice?

Hacia ese horizonte camina la poderosa poesía de Ted Hughes; una obra que aúna un gran dominio de recursos expresivos y de manejo de planos de realidad con una potente imaginería y propuesta ideológica.

Esta antología se abre con un extenso y lúcido estudio introductorio de Xoán Abeleira, en el que se desgranan las claves de la obra de Hughes, y se cierra con unas prolijas notas acerca del trabajo de traducción del mismo Abeleira.

En su poesía, destaca una presencia constante de la naturaleza, hacia la que muestra su reverencia el autor. Tiene preferencia por los entornos nocturnos, envueltos en una atmósfera tenebrosa, y por las especies que habitan la oscuridad. Normalmente, cada texto se centra, como se puede comprobar en los títulos de los poemas («El jaguar», «Una nutria», «Cardos», «Helecho», «Viento», «El oso», «Montañas», «Azor perchado»), en un animal o un elemento natural (también, aunque en menor medida, en la vegetación), en el que se realiza un acercamiento descriptivo. Presta atención a los sucesos que allí ocurren con un espíritu trascendente, y, en ese sentido, son muy llamativos los animales totémicos del autor, que aparecen en distintas ocasiones y siempre como animales de poder: el zorro, el azor, el oso, el lobo… El retrato de los animales se centra en los instintos, en la explosión («la mirada satisfecha de que el ardor la ciegue») de sus capacidades más agresivas, con lo que se realza su poder y su competitividad. Igualmente, sobresale el tono de majestuosidad y, al mismo tiempo, comprensión y cercanía cómplice de los retratos.

Así se hace patente una gran herencia del folklore y del chamanismo en la obra, que explica la particular relación con la naturaleza plasmada en los textos. Es muy importante, en ese sentido, el aspecto mental de esos vínculos entre ser humano y otras especies, pues revela la conciencia del poder de lo primigenio, de la potencia del medio natural y de la capacidad de lo onírico para abrir nuevas cauces de comunicación con la realidad. Con ello, abre la puerta al misterio y a la maravilla reforzando la inocencia y la intuición (que nos devuelve a nuestra condición natural).

Hughes intenta, así, rescatar el animal que escondemos en nuestra mente al relacionar al ser humano y al equiparlo con ello. Este permanece ajeno a estas escenas, pero establece esa comunicación onírica con ellas en ocasiones, a través de constantes sueños de transformación, en los que se convierte en el animal central del poema. Ese vínculo, de clara índole chamánica, también genera en el poema una doble dimensión, y el lector debe moverse por ambos planos, sin desechar ninguno, para contemplar la realidad en su totalidad. De este modo, la naturaleza ataca al racionalismo y también Hughes así nos muestra la pugna del inconsciente animal que pugna por salir a la superficie. Entonces, el irracionalismo, lejos de ser negativo, nos acerca a la pureza de nuestra naturaleza, que parece ser el objetivo del impulso creador de Ted Hughes.

De hecho, Hughes remarca lo separada (y enfrentada) que está nuestra vida con nuestra esencia, con el entorno natural y con sus moradores. De esta manera, el poeta manifiesta la convivencia de «dos mundos», aunque cierra esos contrastes siempre expresando la resistencia y la supremacía del natural.

Efectivamente, el talante de resistencia es constante en todas las piezas, y configura en cierta medida la agresividad de las escenas recogidas, pues se inserta en un contexto beligerante. Se trata de la supervivencia, dentro de un hábitat concreto y también del conjunto de la naturaleza frente al ser humano y del mismo ser humano, que se encuentra en extremo peligro de perder para siempre su esencia. No en vano, Hughes parece intentar perpetuar el orden natural y las relaciones de depredación y convivencia que se dan en él.

Por otro lado, llaman la atención el ciclo de poemas del «Cuervo» (del que en esta antología se han recogido varias piezas), que nos remiten a relatos míticos y a cierta exaltación del primitivismo. Estos textos, en los que algunas encadenaciones irracionales hacen patentes un nuevo sistema de causalidad que remite a lo legendario, se centran en las correrías de ese extraño personaje, de gran fortaleza física, quien protagoniza episodios violentos y de trascendencia con la naturaleza, con detenimiento en los símbolos y espacios funerarios (que son presentados, entonces, como parte de la vida).

Se pueden leer varios poemas que tratan sobre el horror de la guerra, donde plásticamente Hughes plasma la desmembración de los cuerpos. Ahí lleva al extremo la gran atención que presta el escritor al aspecto material del cuerpo humano, tal y como hace con el resto de especies vivas en otros textos. De esta manera, manifiesta la composición antes material que idealista de la vida. Por otra parte, en otras piezas se sumerge abiertamente en el tema de la reencarnación.

También, existen una serie de poemas en los que aparece un «tú» femenino, en los que se desarrolla una turbulenta relación partiendo desde el amor y el deseo.

Así, la poesía de Hughes resulta un ejercicio de aspiración y búsqueda de lo ancestral por parte de todos los seres vivos, de rechazo a la civilización humana, de encarnación cósmica en lo concreto. El poeta se funde con los animales al proyectar sus anhelos sobre ellos, pero poniéndoles en primer plano, otorgándoles la calidad de conductores. Hughes no se expresa mediante los animales, sino que él busca transmitir la expresión de los propios animales, que se descubren como portadores de una sabiduría primordial.

Con todo, El azor en el páramo resulta una edición muy completa, repleta de detalles, que manifiestan la pasión y el cuidado con el cual ha sido elaborada. Con esta antología nos asomamos al frenético abismo en el cual nos sitúa Ted Hughes, a través de una escritura mágica, poderosa y extraordinariamente sugerente, que resalta la comunión con la naturaleza como condición sine qua non para la plenitud.

ALBERTO GARCÍA-TERESA

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