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154 poemas capaces de detener corazones 03/07/2009Publicado en El Cultura, El Mundo



Hasta los más optimistas aseguran que no se puede traducir poesía. Se equivocan: traducir poesía no es misión imposible, sino inexistente. La poesía no se recicla: se crea.

Bartleby Productions presents: William Shakespeare. Christian Law Palacín. 154 poemas capaces de detener corazones: los Sonetos. Dos idiomas imperialistas. Y un lema: traducir al bardo es como ser intérprete de Dios. No se debe aspirar nunca a la imitación de lo inimitable, sino preservar el concepto en su máxima pureza con un mimetismo mínimo: “Invierno parecía, y en tu ausencia,/ jugaba y cada flor era tu sombra” resulta del pareado “Yet seemed it winter still, and you away,/ As with your shadow I with these did play” (XCVIII) sin intentar repetir una fórmula shakespeariana cuyo secreto no tiene fecha de caducidad. Law acata esta ley incluso en los siempre críticos Momentos Shakespeare: esas secuencias de palabras sacralizadas por la civilización en virtud de su perfección poética absoluta. “And yet by heaven, I think my love as rare,/ As any she belied with false compare” (CXXX) se resuelve en un astuto “Y aún creo que mi amor es más precioso / que aquel que se falsea con metáforas”, que honra al traductor.

Es cierto que, a veces, Law se muestra excesivamente riguroso en el corte y confección de la estrofa: en el soneto II, traducir “trenches” como “zanjas” en lugar de “trincheras” permite generar un endecasílabo, pero socava la atmósfera bélica evocada por “besiege” (“sitiar”) y un “thy beauty’s field” (“el campo de tu belleza”) tras el cual resuena “battlefield” (“campo de batalla”). Claro que lo que para un oído es estruendo, para otro puede ser apenas eco.

Sobre Shakespeare, poco que decir. Si acaso, el soneto LXVI: “La paz del muerto pido, ya cansado/ de ver nacer el mérito mendigo,/ lucir su ropa frívola al inútil,/ sufrir traición el corazón más noble; / y el áureo honor que a dedo se reparte,/ y la virginidad prostituida,/ y denigrado el que se muestra honesto, / y la osadía desautorizada;/ y el arte por la fuerza silenciado,/ y al fatuo entorpecer a los capaces,/ y la verdad desnuda "ser simplezas", / y el mal hacer del bien su prisionero. / Cansado ya, de todo esto huiría,/ pero, muriendo, dejo a mi amor solo”. Y con esto nos callamos, porque “¿Qué va a escribir de ti mi inteligencia / si el corazón ya te ha plasmado entero? / ¿Qué más puedo añadir? ¿Diré algo más / para nombrar mi amor o tu valía?”. Es lo bueno de los genios: se comentan solos.

Un clásico no es un texto: es una idea. Y, desde que empezó a pensar, la humanidad ideas no ha tenido muchas; de ahí que atesore versos donde se leen algunas de las más poderosas de todos los tiempos. Los Sonetos de Shakespeare son uno de los pocos libros necesarios para la supervivencia de nuestra especie. (Los otros pocos, por cierto, también son de Shakespeare.) En las buenas obras del superhéroe descansa el peso del mundo.

A. SÁENZ DE ZAITEGUI

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